Me complace presentaros este relato breve que acabo de terminar. Espero que le encontréis el sentido a la historia, esas típicas del género fantástico que tanto me gustan.
EL CAPITÁN Y EL LOBO
En tiempos muy remotos, la historia que os voy a contar sucedió a principios de otoño, cuando las hojas de los árboles caían sin remedio.
En un reino alejado de las guerras, vivía un feliz y anciano rey llamado Falon. La edad hacía estragos en él y su única fuerza provenía de su capitán de la guardia Terien. El anciano monarca, de larga melena plateada y corta barba gris, mantenía los ojos cerrados mientras agudizaba su oído en busca de alguna señal. Sus criados lo miraban con extrañeza y confusión. Además, se alarmaban enormemente cuando su venerado rey les prohibía hacer cualquier sonido ya fuese al hablar, al caminar, o incluso al respirar.
Tan preocupados estaban que pidieron desesperadamente ayuda a Terien. El joven capitán, sumido en la silenciosa inquietud, trató de calmarles diciéndoles que después de tres días, tras su partida del castillo, lograría traerles la ayuda necesaria.
Comenzó a hacer los preparativos para su marcha reuniendo a su escolta más leal compuesta de diez soldados bien adiestrados. Mas antes de partir fue a visitar a una dama que lo tenía hechizado dese que el rey lo nombrase su capitán. Así Terien acudió en busca de la dama, una sirvienta del rey, con la intención de pedirle en matrimonio.
─ Ama querida, ir a decirle a mi dama que tengo una gran nueva que comunicarle ─ solicitó el joven a una de las criadas.
─ Mi joven señor, vuestra dama ─ dijo la señora exasperada y enfatizando esta última palabra ─ ahora está en la cocina. ¿No podríais contentaros con esperar hasta mañana? ¿Y por qué os empeñáis en llamarla dama? ¡No es de la realeza! ─ exclamó escandalizada.
─ Disculpar que yo no comparta vuestra racional opinión. El tiempo apremia y debo de partir cuanto antes en busca del mago de las cuevas.
─ ¡Por dios! ¿El rey ha empeorado?
─ Si.
─ Iré a buscar a la dama.
─ Gracias, buena mujer.
Mientras la señora caminó presurosa hacia la cocina, el joven capitán esperó con ansia la presencia de su dama. Deambulaba de un lado para el otro con los brazos cruzados a la espalda intentando encontrar las palabras adecuadas para confesarle su deseo de convertirse en su esposo.
Cuando la señora regresó sin la compañía de la dama, el capitán se desmoronó:
─ ¿Dónde está?
─ Lo desconozco, capitán. La hemos buscado por todas partes y... ¡Nada!
Montado en su caballo blanco, Terien abandonó el castillo sin mirar atrás y con la firme decisión de hacer cumplir su deber con el rey. Por ese motivo, se veía cabalgando mientras sostenía las riendas entre sus manos enguantadas. El camino hacia la salida del castillo fue silencioso. Y tras cruzar el portón que lo alejaba de los dominios del Rey Falon, siguieron en un profundo y amargo silencio. Toda su escolta lo seguía sin dilación. Sabían lo mucho que amaba a la dama, mas ignoraban el temor que ocultaba el joven capitán de no volver a verla nunca más.
Una noche, cuando la luna se ocultó bajo los mantos grises, se pudo escuchar claramente el aullido de un lobo. Tan penetrante fue su reclamo que cautivó a la joven dama del capitán, dejándola inquieta en medio de un sueño que le relevó un temible secreto. La dama permanecía en la cocina hirviendo el caldo de gallina que se le servía al rey todas las noches. Pero esa noche, ese caldo no se llevó a tiempo. Desde la cocina la dama removía el puchero del guisado de gallina ausente de sus quehaceres siguientes como terminar de barrer la cocina y fregarla, como era habitual, arrodillada. No estaba sola. Una mujer gorda y mucho más mayor que ella, se encargaba de las tareas menos pesadas y controlaba que la dama no se relajara en ningún momento. Era una mujer odiosa. La trataba con desprecio y se burlaba de los mimos del capitán con ella.
─ ¿Otra vez soñando con él?
─ ¿Qué? Eh,… no.
─ Estás ausente. Como siempre. ¿Por qué tengo que cargar contigo? Ah, si. Porque eres una torpe inútil que no sirve para nada. Y si te echase a patadas te caerías muerta en cualquier rincón de esta miserable ciudad. ¡Vamos! No dejes de remover...
─ Sí, señora.
La joven dama no reveló el secreto que había visto. Lo que sí hizo fue posarse una mano en su pecho, puesto que su corazón había comenzado a cabalgar frenéticamente. No entendió muy bien la razón de ese hecho lo que sí pudo oír de nuevo fue el lamento del lobo, pues como si la poseyera un espíritu, dejó la cuchara de madera encima de la mesa y salió por la puerta trasera ajena a los insultos de la señora gorda.
Se encaminó hacia la espesura del bosque. Una vez allí, giró sobre sus pasos y contempló la estampa de un viejo castillo de altas torres con almenaras situado en una colina rodeada de una curiosa y espesa neblina que lo tornaba todo casi invisible.
Esa misma noche, el lobo aullando estaba. De pronto la joven dama notose su piel pálida estremecerse. A pesar de esa sensación, seguía caminando hacia el origen de esa llamada, hacia aquello que tanto temía y al mismo tiempo la atraía irremediablemente. En la penetrante oscuridad, las hadas asomaban se desde las hojas que todavía permanecían en los árboles. La luz que desprendían alertó a la dama a cuidar de sus pasos. Dejó atrás a las hadas, aunque sólo un breve instante pues sorprendida vio con sus propios ojos que ellas la estaban siguiendo. Volvió atrás su mirada, esta vez con decisión y se dirigió a ellas de este modo.
─ ¿Por qué me seguís?
Las hadas, al parecer entendieron su pregunta y le respondieron situándose delante de ella volando en zig-zag, creando en el aire un camino luminoso. Diminutas eran y todos sabemos que estos seres no son de fiar. Continuó su viaje dejando atrás a las hadas, después haber logrado deshacerse de ellas, llegando a un claro en medio de la espesura del bosque. La luna orgullosa, dejose ver e iluminó al ser que tanto la intrigaba. Allí sobre la roca, un joven lobo aullaba. La dama acercose a él al tiempo que miraba a las hadas detrás de ella. Cuando estuvo a unos metros de distancia, las diminutas hadas huyeron despavoridas, pues el lobo dejó de aullar. Entonces, olfateó el aire y posó rápidamente sus ojos sobre los de la dama, los cuales, podían traspasar la carne. Rojos eran de un color profundo. La joven se quedó inmóvil, su corazón sentía en su propia Garganta. Ambos seguían mirándose fijamente. Hubo un silencio cautivador, pues el lobo dejó de jadear y de repente se abalanzó sobre su presa. Su ataque fue eclipsado por la luna orgullosa que de nuevo ocultose bajo los mantos grises.
FIN
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